ENSEÑANZA Y EDUCACIÓN
La educación en el siglo XXI
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Por ello, acaban declinando toda la responsabilidad de educarles en los profesionales de la educación. Pero, a la vez, éstos están mal considerados por la sociedad. Reprochando a este colectivo un exceso de vacaciones, una dejadez en cuanto a disciplina escolar ... Y la familia, ¿qué medidas toma ante la indisciplina de prole? ¡Más permisividad! ¡Qué eduquen ellos!, dicen; ¡qué para eso les pagan! No advierten que la educación es una tarea conjunta de padres y educadores en la que todos deben ir a una; sin excepción. ¿Recuerda el lector aquella respuesta del padre cuando el niño le decía: papá, el profe me ha pegado... ? –Toma (le daba otro cachete). ¡Algo habrás hecho! No, no se trata de pegar; sino de confianza. El tutor confiaba en el educador a ciegas. Sabía que su decisión era la correcta. Ahora nos encontramos con padres que se quejan del educador o incluso le amenazan con pegarle, simplemente porque creen a su hijo y no al educador. Otorgan plena confianza a un ser que está aprendiendo a establecer un criterio de conducta. A un niño que asimilará que cualquier comportamiento es adecuado porque su familia no le pone límites. Error garrafal. A menudo los hijos nos ponen a prueba para ver cuales son los límites –el camino- que deben seguir en su comportamiento diario: “que es lo que se puede y no se puede hacer”. Y nosotros pensamos que trata de saber hasta donde llega nuestra permisividad o paciencia. Y para no darle un disgusto inmediato (y se ponga a llorar, nada malo por cierto) vamos dejando pasar ciertos comportamientos inaceptables hasta que al final llega el castigo –y el disgusto- y no le hemos ahorrado nada. A veces el niño necesita el castigo para saber el límite que sus tutores le imponen -y se autoimponen- en su convivencia diaria con otros semejantes. Lo busca y lo necesita, no lo olvide el lector. Si la familia declina la responsabilidad de castigar a sus hijos (por muchas razones; entre ellas el sentimiento de no dedicarles el tiempo necesario por culpa de la actividad profesional de ambos progenitores, obligados por las necesidades de la sociedad actual), solo queda el medio escolar para hacerlo.

Así no llegaremos muy lejos. O tal vez sí. Los profesionales de la educación emigrarán hacia otras profesiones -para las que también son muy capaces- mejor consideradas y mejor pagadas y con menos tensión que sufrir. Quizá acabemos en este país como en Francia o en Estados Unidos donde la sociedad infravaloró la educación y a los profesionales de la misma hace años. Debido a ese descrédito pasado hoy es una temeridad adentrarse en algunas aulas de los centros educativos, convertidas en “reinos” del estudiante. Donde ni siquiera el Director es capaz de poner orden.

Carmen Valdearcos Villar

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